Besando el suelo.

Me acostumbré a dormir tres horas diarias. Me acostumbré a despertarme e inmediatamente meter la cabeza bajo la almohada, porque otra vez había ocurrido: "La vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido." Me acostumbré a las ojeras, me acostumbré a darle los buenos días al vecino de la ventana de al lado cuando marchaba a trabajar y yo todavía no me había acostado. Incluso llegué a acostumbrarme y calcular la hora en la que el del quinto sale del garaje con el coche haciendo un estruendo para yo cinco minutos antes, cerrar la ventana. Me acostumbré a deambular por mi calvario en silencio, por no despertar heridas, y esquivando ruinas. Pero algo a lo que nunca te acostumbras es al dolor, a los vacíos, a oír llantos, a encerrarte, a destrozarte los ojos con la luz que entra por la ventana cada mañana y a terminar por asumir que todo se va. Todavía excava el alma ver las fotos de quienes se marcharon, pero no hay pinchazo en el pecho más grande que una madrugada  se parta en dos igual que mi alma al cruzarme con una mísera foto que sólo es capaz de recordarme lo que no volverá a ser. 

El aire veraniego de una madrugada de verano entra por la ventana y me desarma la trenza, mientras yo me preocupo de teclear y hacerme la fuerte delante de una pantalla que me ha visto llorar más veces, junto a un cuaderno, que cualquier persona próxima a mí. Yo no pretendía que la vida se conmoviera y me sonriera dándome una segunda oportunidad, sólo intenté colaborar conmigo y continuar con la primera, pero me caí dentro de una grieta y me he instalado allí.

Besando el suelo.

 Me dispongo a coger los cascos y aislarme unas horas, aunque ya cantan los jodidos pájaros. Espero que a uds. les funcione todo. Os sigo leyendo, como siempre. Y si eso, aquí estoy. https://twitter.com/miss_orgullo

Nos vemos.